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Domingo, 22 de febrero de 2004

CINE

Yo fui testigo

De las 530 horas filmadas del Juicio a las Juntas, sólo unos pocos segundos sin sonido fueron emitidos por la televisión argentina. Si bien los medios gráficos cubrieron amplia e inapelablemente el juicio, es claro que, de haberse visto por televisión, su impacto hubiese sido mucho mayor. Casi treinta años después, Miguel Rodríguez Arias, el director de Las patas de la mentira, intenta llenar ese vacío con El Nuremberg argentino, un documental sobre el Juicio que rescata parte de aquellas declaraciones filmadas, registra el clima de las audiencias y suma nuevos testimonios.

 Por Luis Bruschtein

El juicio a los nueve comandantes de la dictadura ha sido uno de los hechos que más conmocionaron a la sociedad en los treinta años de democracia y, sin embargo, nunca pudo ser llevado a la televisión. Miguel Rodríguez Arias, el director de Las patas de la mentira, realizó ahora El Nuremberg argentino, un largometraje documental sobre el juicio a los comandantes. “La historia demuestra que en este país se tapa la memoria”, asegura Rodríguez Arias para fundamentar la decisión de hacer esta película. “Todo aquello que no se soporta se tiende a reprimirlo o a olvidarlo”, señala y al mismo tiempo repite las palabras del juez Jorge Torlasco que integró el tribunal en ese juicio: “Si hubieran proyectado al aire por la televisión las 530 horas de sesiones, la historia sería distinta”.
Porque pensamos que hay que hacer trabajos con la memoria de los argentinos, que está tan olvidada... Los crímenes juzgados, las desapariciones... Por lo pronto hay una cantidad de ritos que no se han podido cumplir. Ritos funerarios. En la historia de la cultura, miles de años antes de Cristo, cuando el hombre deja de ser mono y se convierte en hombre, los rasgos distintivos son las incorporación del lenguaje y los ritos funerarios. En Francia se han encontrado fémures pintados con ocre y rojo como parte de ritos funerarios. Nunca se encontraron fémures de monos, siempre de hombres y de una época en que apenas se diferenciaban de los monos. El tema de los ritos funerarios es como la primera letra en el desarrollo de la cultura. De alguna manera, el tema de los desaparecidos entra en ese contexto.
Los juicios fueron para la sociedad el momento de descubrimiento de una verdad terrible. Hasta entonces se había negado, pero los juicios fueron una forma de correr el velo...
–Fue una forma parcial de correr ese velo, porque no se pudo televisar. En realidad se prohibió la televisación y la cobertura más importante fue la que hicieron los medios escritos, cuyo alcance es más limitado, aunque de alguna manera instalaron el tema de una forma inapelable. Lo que pasa es que uno de los mecanismos de defensa más usual en los seres humanos es la represión: todo aquello que no se soporta, se tiende a reprimirlo. Entonces temas como éstos no se pueden elaborar hasta que pasan unos cuantos años. El año pasado en España todavía aparecían cuerpos de desaparecidos de la Guerra Civil. La dictadura terminó en el año 1983, el juicio fue en el ‘85 y han tenido que pasar 20 o 25 años para que la gente pudiera empezar a elaborar esa historia y las nuevas generaciones sigan enterándose de lo que sucedió.
¿Usted piensa que ese tiempo de elaboración se ha cumplido?
–Yo creo que estos 25 años es un buen tiempo. Ahora vamos a ver la receptividad que tenga la película. Nosotros la hicimos pensando en los jóvenes. La película tiene un criterio didáctico. Creo que la gente adulta que vivió esa época la verá desde otro lugar, pero igual es un buen material para la reflexión. Lo nuevo, creo yo, es que centramos los testimonios no tanto en las torturas físicas sino en las torturas psicológicas. Los jóvenes, de 13 a 30 años, no saben mucho lo que pasó. Saben que hay 45 militares presos o con pedido de captura, con problemas con la Justicia, saben que Alemania y Francia están pidiendo la extradición de Videla, Massera y Suárez Mason. Saben que por ahí lo invitan a Suárez Mason de la embajada de Ecuador y tiene que renunciar el embajador, pero no saben muy bien de qué se trata toda la historia. Por eso la película la hicimos con un criterio didáctico. Y tenemos proyectado que se vea en las escuelas. Hemos concertado un circuito con la Secretaría de Educación.
¿Cómo organizaron esas proyecciones?
–Va a correr en forma paralela al estreno comercial de la película. En horarios marginales, a las diez de la mañana, a precios muy reducidos, van a ir colegios de todo el país. Desde sexto y séptimo grado hasta la secundaria, en una perspectiva de máxima.
El clima de las audiencias durante el juicio se hacía terriblemente denso cuando asistían los comandantes...
–Ellos no fueron a todas, pero cuando iban, efectivamente la situación era muy tirante. Hasta hace poco habían sido amos y señores. Y la actitud de los 21 abogados de la defensa con respecto a los testigos, muchos de ellos sobrevivientes o familiares, era una actitud muy agresiva. Tal es así que en un momento el fiscal Julio César Strassera dice: “Por la actitud que tienen los abogados de la defensa, lo único que falta es que les pidan a los testigos que se saquen la capucha”. Y el juez que estaba presidiendo el tribunal le llamó la atención. Eso está en el documental.
La estrategia de la defensa fue tratar de poner en el banquillo de los acusados a los testigos y no a los criminales...
–Claro, le preguntaban por ejemplo a la madre de una desaparecida qué hacía su hija, dónde militaba. Primero trataban de juzgar a los sobrevivientes y acusarlos para justificar los crímenes de los defendidos.
Los testimonios nuevos que aparecen en la película son todos de sobrevivientes, ex detenidos-desaparecidos...
–No todos los sobrevivientes quieren hablar, pero mientras empezábamos a trabajar se dieron varias casualidades. Una de ellas fue que cinco mujeres sobrevivientes de la Esma se juntaron para hacer un libro, El infierno, que editó Sudamericana. Yo estaba haciendo el documental y me enteré de que estaba por aparecer el libro. Me contacté con Miriam Lewin, una de ellas, a quien conocía, y ella me relacionó con las demás. Para los sobrevivientes es muy difícil testimoniar, porque es como revivir esa historia.
Es una historia muy difícil de dejar atrás...
–Es más, a varias de ellas les cuesta venir a ver la película. Mario Villani, que dio el testimonio más largo en el Juicio a las Juntas, es militante en derechos humanos, está más habituado, además yo lo conocía de los años ‘80. Y Miriam, por su profesión de periodista, también. Pero las otras cuatro mujeres tenían cierta dificultad. Incluso no todas dieron su testimonio en el Juicio a las Juntas. Por ejemplo, una de ellas cuenta que cuando la llamaron a declarar no podía recordar, se le había hecho un hueco en la memoria. No podía asociar al Tigre con Acosta, nada. Y en ese momento no quiso ir a declarar. Recién pudo hacerlo cuando la convocó el juez español Baltasar Garzón. Y cuando declaró, fue catártico, le hizo bien. La madre de Miriam Lewin no quería que declarara. Miriam le dijo a la madre: “Mamá, si yo hubiese sido víctima del holocausto judío, ¿vos tampoco me hubieses dejado ir a declarar en el juicio de Nuremberg?”. Bueno, un poco por esos paralelismos le pusimos a la película El Nuremberg argentino. Y Strassera dice que el juicio a las juntas fue más justo, por calificarlo de alguna manera, que el de Nuremberg, porque en Nuremberg los jueces eran de las potencias que habían ganado la guerra. Acá el juicio fue hecho en un tribunal que tenía cien años. Eran jueces que lo podrían juzgar a cualquiera, a uno mismo, no eran jueces especiales.
Para mucha gente es más fácil aceptar que esas cosas sólo pasaron en otros países.
–Otro sobreviviente cuenta que en las paredes de la Esma, sobre los paneles de telgopor que recubrían los muros, había cruces esvásticas y estaba escrito “viva Hitler”. Hay un montón de referencias que nos llevaron al nombre. Al principio la película se llamaba El Juicio a las Juntas, el Nuremberg argentino, después le sacamos “El Juicio a las Juntas”, por la cantidad de testimonios que dan los sobrevivientes con estos paralelismos.
En los testimonios de Jacobo Timerman y en el del director del Buenos Aires Herald, Robert Cox, aparecen las mismas referencias al nazismo en los lugares de detención y de tortura...
–Nosotros pusimos en el documental, a través del relator con una voz en off, los decretos de “Noche y Niebla” y esos decretos parecen surgidos de la metodología de la represión durante la dictadura en Argentina: hacer desaparecer personas, extender el terror entre la población, acá se cumplieron al pie de la letra.
¿Cómo tomaron los jueces el pedido de dar su testimonio 25 años después del juicio?
–El juicio les cambió la vida, quedaron profundamente conmovidos, hay un antes y un después del Juicio a las Juntas en sus vidas. El juez Jorge Torlasco dice que la historia hubiera sido distinta si el juicio se hubiese televisado; si se hubieran pasado al aire las 530 horas de audiencias del juicio, la gente hubiera sabido lo que pasó realmente en la dictadura. En este país se trata de tapar la memoria. El Archivo General de la Nación tiene un atraso hasta el año 1974. Tenía material del ‘74 para atrás, de allí en adelante no tenía. Tiene cero peso de presupuesto, solamente para pagar los sueldos. La dictadura y los gobiernos militares y los democráticos, ya sea por falta de presupuesto, por desidia o porque quieren ocultar la memoria, la cuestión es que no hicieron nada. Por otro lado los canales de televisión no facilitan los archivos y la Biblioteca del Congreso puede tirar los documentos históricos en un container.
Estuvo la decisión política de hacer el juicio en aquel momento y paradójicamente se decidió al mismo tiempo limitar la difusión de lo que se estaba juzgando...
–Alfonsín pensó que no estaban dadas las condiciones, que la relación de fuerzas con los militares no le daba para hacer esa difusión. Recordemos que El Galpón de la Memoria II se prohibió en el ‘89. Salió el I y el II, que era sobre la dictadura, se prohibió, veníamos de tres levantamientos militares. Estamos hablando del año ‘89, ya bien entrada la democracia, no era el ‘85. En el año ‘85, Alfonsín tenía miedo. Se jugó bien al hacer el Juicio a las Juntas. Torlasco dice que el Juicio a las Juntas es una de las pocas cosas que los argentinos podemos mostrar con orgullo frente a los ojos del mundo. Efectivamente es así porque hay muy pocos antecedentes en el mundo. El juicio de la ex Yugoslavia, el de la Amia ahora, el Juicio a las Juntas, por ahí nos olvidamos de alguno, pero esos fueron los emblemáticos.
También fue importante el momento en que se decidió, fue una decisión política muy fuerte...
–Pensemos que Pinochet fue senador vitalicio de Chile hasta hace cuatro años. Imaginemos tenerlo a Videla de senador en el Congreso. El Juicio a las Juntas marca un hito.
Si bien no hubo televisión, en los medios gráficos, que en su mayoría habían ocultado esa situación, le dieron un despliegue importante...
–Sí, el único que trató de dar cuenta de la represión fue el Buenos Aires Herald y pagó las consecuencias. Pero de todos modos, una cosa es la difusión en los medios gráficos, diarios y revistas, y otra mucho más potente es la televisión.
¿Cuánto pudieron rescatar de la
filmación del juicio?
–De las 530 horas, nosotros tenemos ocho. Tenemos para hacer por lo menos dos películas más. Hay que presentar un expediente en el Archivo General de la Nación. Cuando retirábamos los U-Matic que estaban en el archivo y descubríamos un material que nos interesaba, teníamos que presentar un expediente de solicitud para hacer copia. Tenemos todo el testimonio de Gregorio Dupont, del caso de Helena Holmberg, con los detalles. Y también sobre el asesinato de su hermano, que lo tiraron desde un edificio para que no hablara. También los hermanos de Elena Holmberg en ese momento iban a Tiempo Nuevo, el programa de Bernardo Neustadt. Tenemos todo ese material. Elena Holmberg viajó a París como miembro de la Cancillería y descubrió la actividad que estaba desarrollando el centro piloto en París. Volvió a la Argentina y pidió una entrevista con Videla, pensando que no sabía nada. La hizo desaparecer Massera y su cuerpo apareció varios días después en el Tigre. Todo esto lo cuenta Dupont en el Juicio a las Juntas.
¿Cómo les impactó a ustedes la realización del documental?
–En general en nuestro equipo hay gente joven, con un promedio de 30 años. A todos nos transformó la visualización del material, todo era muy emotivo, a veces terminábamos llorando, algunos trataban de disimular pero era muy fuerte, tanto los testimonios que habíamos grabado como los del Juicio. Todo esto pasó a principios de 2001, cuando ya se vislumbraba el principio de la caída del modelo. Lo hicimos en coproducción con España, con la productora del Grupo Prisa, que realmente fueron muy solidarios, porque ya había empezado allá la crisis de la industria del cine.
En general, la importancia del Juicio a las Juntas no ha sido muy valorada, seguramente por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que vinieron después...
–Nosotros, al principio, habíamos puesto en el documental el Punto Final, la Obediencia Debida y los Indultos. Pero después resolvimos acotarlo al Juicio, para darle valor al Juicio en sí mismo, porque nos parece que hay un antes y un después. Para algunos, como Adolfo Pérez Esquivel, el Juicio fue un paso. Para otros fue más importante y para otros es lo que se pudo hacer. Yo coincido con el juez Torlasco, es una lástima que no se haya televisado y creo que con esta película apuntamos a ese hueco.

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